No creas todo lo que lees, y por ningún motivo dejes de creer. No pierdas la capacidad de asombro, pero deja de asombrarte por todo

sábado, 25 de agosto de 2012

Décimo

El viejo hombre seguía sentado en el banco de la plaza, mientras la vida seguía a su alrededor. Un perro se acercó a olerlo y se alejó, un par de palomas comieron algunas migas que quedaban en el piso bajo él, un basurero vació el contenedor de esa esquina, un ladrón corría perseguido por dos policías. Pero la vida parecía no importar para él; luego de sesenta y tres años en el planeta se había dado cuenta de su intrascendencia, por lo que decidió dejarse estar hasta que el destino dijera que era el tiempo. De eso ya habían pasado siete años, en los cuales no había hecho nada más que pensar sin encontrar respuestas a los nueve ciclos previos de siete años que había vivido.

Su apariencia no pasaba inadvertida: no era frecuente ver a un viejo sentado en la plaza con un terno de esa calidad. Al parecer le había ido bien y ahora estaba cosechando su siembra de joven. Y pese a no sonreír no parecía triste ni enojado, sino meditabundo. Algunos decían que era un sabio, que ya casi llevaba siete años meditando en esa plaza.

El viejo hombre seguía sentado en el banco de la plaza. De pronto su semblante cambió: había descubierto su modo de trascender. Esos siete años pensando (que justo se cumplían ese día) podían serle útiles a alguien más. Sí, escribiría, grabaría o filmaría toda su sabiduría alcanzada en ese tiempo. Mas justo al decidir, la inmortalidad le dijo a su corazón que el tiempo había llegado. Quienes encontraron su cadáver en la plaza contaban que en su cara había una mezcla de alegría y frustración.

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jueves, 16 de agosto de 2012

Enfermeras

La enfermera intentaba vanamente escribir en la ficha los signos vitales del paciente. Ya era la octava vez que empezaba y nuevamente se había quedado dormida. A las 4 de la mañana costaba mantener la vigilia en una clínica con tan pocos y exclusivos pacientes. A diferencia de su antiguo trabajo en el hospital, las salas estaban calefaccionadas y la comida caliente, por lo cual era fácil sucumbir en las eternas noches sin mucho que hacer. A veces recordaba los turnos imparables del hospital, donde no sabía si decir “buenas noches” o “buenos días” a quien se cruzaba en su camino, si es que los alcanzaba a ver; a veces sentía que era injusto ganar el doble haciendo la mitad, pero ya era tiempo de preocuparse de sí misma y no del resto del mundo.

Media hora más tarde despertó abruptamente, cuando las alarmas de un monitor alertaban la descompensación de un paciente. Raudamente se dirigió a la sala, encontrándola vacía: al parecer el sueño la estaba traicionando. Diez minutos más tarde las mismas alarmas de la misma habitación empezaron a repetir su aviso; esta vez sólo fue caminando, para encontrarse con el mismo panorama: la sala vacía y los monitores desconectados. En 3 ocasiones más se paró por la misma situación, y la cuarta dejó que el ruido siguiera hasta que, a los 15 minutos, “alguien” los apagó.


La enfermera intentaba vanamente escribir en la ficha los signos vitales del paciente. Ya era la octava vez que empezaba y nuevamente se había quedado dormida. A las 4 de la mañana costaba mantener la vigilia en una clínica con tan pocos y exclusivos pacientes. De improviso vio a todo el equipo de turno correr hacia la sala del lado, donde el paciente que le habían encargado como el más crítico estaba en paro. Pese a los esfuerzos del equipo el paciente falleció a los 15 minutos, sin que ella fuera capaz de escuchar las 6 veces en que las alarmas sonaron y se desconectaron de improviso. Pese a todas las recriminaciones, ella repitió una y otra vez que nunca escuchó ninguna alarma. Si tan solo la enfermera de aquella dimensión paralela le hubiera podido avisar…

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domingo, 12 de agosto de 2012

Aterrizaje

-Ese es el lugar.
-¿Estás seguro? Digo, se ve algo desierto.
-Por lo mismo, es un buen lugar para aterrizar. En una de las excursiones anteriores lo vi, y creo que es el más adecuado. Además, es el indicado en la hoja de ruta
-Por lo solitario… sí, así despertaremos menos sospechas.
-Bien, empecemos las maniobras de descenso.
-Espera, espera… ¿alguien bajó a revisar el terreno?
-Sí, ¿por qué?
-¿Estás completamente seguro que aguantará el peso de la nave?
-Te noto demasiado nervioso.
-Es que ya cometimos un error en la misión anterior.
-Por eso mismo ahora tomamos todas las medidas necesarias. Además en esta ocasión no venimos solos.
-Sí…
-No te noto muy convencido.
-Es por lo mismo. Si fuera sólo una nave no habría problemas, el suelo aguanta y no me preocupo.
-¿Y?
-Sólo en este sector aterrizaremos tres juntas, una al lado de la otra. Son las tres grandes… claro, no tanto como las de otras misiones, pero son tres.
-Tienes motivos para estar preocupado, pero velo de este modo: nuestro trabajo es aterrizar donde y como nos dicen, los que deciden son otros. Si tú haces bien tu trabajo, y las cosas no resultan por errores de planificación, responderá el que planificó.
-Cierto, me estoy preocupando de más.
-Bien, ya estoy en comunicaciones con los pilotos de las otras dos naves… está todo coordinado.
-Correcto. Tengo las coordenadas de superficie, y estamos sin margen de error.
-Bien, bajando en tres, dos, uno… aterrizaje perfecto. Los otros pilotos confirman lo mismo, sin margen de error.
-Los computadores de a bordo confirman estabilidad del terreno… creo que tenías razón, el estudio se hizo bien y no hubo problemas.
-Correcto. Misión terminada. Ahora debemos tomar las naves de trasbordo para volver a la nodriza a tiempo y no ser descubiertos. Los humanos se asustan fácilmente. Comunícate con los capitanes de las otras naves para que salgamos todos a la vez.
-Sí… Atención tripulaciones de Kefren y Micerinos, aquí nave Keops…

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jueves, 2 de agosto de 2012

Estrella

Su cancino caminar era reflejo del duro día que vivió. Intentó carroñear alguna presa muerta por la cacería de un tigre dientes de sable; se apareó con una hembra de la especie, debiendo escapar antes que su tribu lo descubriera; en el camino a su caverna otro macho lo atacó por sorpresa y le robó la carroña que había conseguido. Cuando entró a la oscura cueva iluminada sólo por un fogón, su hembra y sus crías lo miraron con desdén. Simplemente botó sus implementos de caza, y se sentó a la entrada a contemplar las estrellas...
Su cancino caminar era el reflejo del duro día que vivió. Intentó quitarle un cuentacorrentista a un ejecutivo que recién había captado; tuvo una aventura con una amante incidental, debiendo escapar antes que su familia lo descubriera; en el camino a su departamento fue asaltado por un avezado lanza. Cuando entró al iluminado living, su esposa y sus hijos lo miraron con desdén. Simplemente botó el maletín y el celular, y se sentó en la terraza a contemplar las estrellas...
Separados por un millón de años, ambos hombres contemplan la misma estrella. Su luminosidad era notoria, casi mayor que la de la luna. En un instante y bruscamente, su brillo se opacó, al igual que los ojos de los hombres...
El cavernícola entró al departamento, y mientras la hembra y sus crías dormían, las asfixió una a una con sus almohadas.
El hombre de negocios entró a la caverna, y mientras la mujer y sus hijos dormían, los estranguló uno a uno con una tripa de animal trenzada.
El cavernícola no sabía de negocios, pero encontró en su habilidad para cazar las herramientas para captar clientes y seguir funcionando un millón de años después.
El hombre de negocios no sabía cazar, pero basado en los negocios pudo hacer estrategias para sobrevivir un millón de años antes.
Diez años después, el nuevo negociante y el nuevo cazador contemplaban nuevamente la estrella... y en un abrir y cerrar de ojos quien fuera negociante volvió a sus negocios, y quien fuera cazador retornó a la cacería, pero ambos habían olvidado sus orígenes. Poco antes que el cazador fuera cazado por su presa, y el negociante encarcelado por fraude, la estrella los recogió: dado que ninguno aprendió su lección, habrían de partir de cero, pero ahora a diez millones de años uno del otro...

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