No creas todo lo que lees, y por ningún motivo dejes de creer. No pierdas la capacidad de asombro, pero deja de asombrarte por todo

domingo, 29 de julio de 2012

El saco

Arrastro mis pasos por la larga avenida que atraviesa la ciudad. La oscuridad oculta mi dolor, impidiendo a los pocos que transitan a esta hora ver las lágrimas que pudieran haber corrido por mi rostro, ahora inmutable. Tras de mi, colgando de mis brazos y en un gran saco, arrastro el peso inerte que como condena se me asignó. Tanto es el tiempo que llevo recorriendo con este peso que ya perdí la cuenta; he llegado a pensar que nací con él, pues no tengo conciencia de no haberlo arrastrado en algún período de mi existencia.

Los años van pasando, dejando huellas por todos lados. Ya estoy entrecano, las arrugas empiezan a aflorar (junto con el abdomen que crece con mayor velocidad), las fuerzas disminuyen, el peso aumenta, las ganas son escasas... y el saco cada día pesa más.

Cuando lo pienso y hago memoria, el saco ha cambiado junto conmigo. Cuando niño era liviano y de colores, casi me arrastraba en los juegos, y era yo quien debía frenarlo para no corren tanto y poder estudiar. De joven, seguía de colores vivos, sobrio pero de colores vivos; pesaba más pero aún era tolerable, y en más de una ocasión me arrastró a alguna fiesta, o hacia alguna amiga, pero como siempre lograba contenerlo; había cosas más importantes que hacer, y el tiempo no me sobra (ese es otro saco, que siempre pasa vacío).

Con los años el saco se puso oscuro, pero aún con cierto brillo. Su peso aumentaba pero mis fuerzas alcanzaban. El saco me guiaba hacia nuevos desafíos, hacia riesgos controlables que podrían desencadenar cambios en mi existencia; como siempre logré atajarlo: nada hay mejor que la estabilidad.

Y he aquí que con los años termino arrastrando un inerte y gran saco gris, que ya no se mueve hacia ningún lado sino sólo si yo lo arrastro; que ya no cambia de colores pues los agotó todos, y no los aproveché; que ya inclusive dejó de aumentar de peso, pues tarde vi que el saco llevaba todas las esperanzas y sueños no cumplidos de mi vida, todos los proyectos inconclusos, las metas no batidas, los ideales que no se hicieron realidad; y ya no puede hacerse más pesado, pues las esperanzas, sueños, proyectos, metas e ideales se me acabaron. Queda entonces la conformidad que seguirá pesando lo mismo por toda la eternidad...

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sábado, 21 de julio de 2012

Muralla

Un joven hombre y una joven mujer caminan de la mano al lado de la gran muralla. Nadie sabía cuántos siglos llevaba ahí, marcando el destino de las gentes del planeta. Poco se sabía en realidad acerca del porqué de su creación, de su constitución o manutención. Sólo había certeza plena de su altura, pues era medida y vuelta a medir año tras año, y no habría duda ni variaciones: 100 metros de altura. Para todos ellos era parte del paisaje, nacieron viendo la muralla, así también sus padres, y los padres de sus padres por cientos de generaciones. Además de su fin oculto, cumplía muchas funciones para quienes vivían cerca de ella: sombra del verano, techo en el invierno, detener los fuertes vientos y tempestades.

En las cercanías de la gran muralla vivían sólo militares y sus familias, para salvaguardar la única parte del planeta que no provenía, al parecer, de la mano del Padre. La muralla abarcaba todo el perímetro mayor del planeta, dividiéndolo en dos. Pero nunca se había sabido que podía haber al otro lado. Podría ser la otra mitad de la población, estar sobrepoblado o desierto, una raza superior o inferior, o simplemente ser muralla, eterna hasta llegar, por el otro lado, a la misma muralla...

Todos estaban conformes y tranquilos con la muralla, bueno, casi todos... el paseo del hombre y la mujer no era porque sí... Hacía años ya que un grupo de gente había empezado a mostrar curiosidad; luego intriga, y finalmente odio por ese monumento ilimitado al desconocimiento. Ya se habían infiltrado en los distintos ejércitos, y tenían un plan: pacientemente, y luego de un par de generaciones, lograron minar las bases (20 metros bajo tierra) y acumular cientos de ojivas nucleares. Y había llegado la hora: cientos de ellos se inmolarían para lograr destruir ese muro, y que el mundo supiera que había más allá...

La marcha de la pareja continuaba, y de pronto una alarma suena en cientos de relojes al unísono; a los 10 segundos ocurre la detonación: el planeta vibra entero en una sola dirección, cual cataclismo, y, lentamente la muralla empieza a ceder, por todos lados y a la vez... luego de varios minutos, el desplome total. Rápidamente la gente se desplaza al borde de la muralla derrumbada, a ver qué había: un tenebroso y gigantesco abismo vertical interminable; a cierta distancia, se ven sendos monstruos gigantes capaces de devorar aviones y barcos de una sola mascada. Al parecer, la leyenda de Colón, esa de la tierra redonda, era sólo una leyenda...

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martes, 17 de julio de 2012

El paso siguiente

Miro hacia el horizonte de mi mente, allá donde deberían aparecer todas las cosas que han de venir en mi mañana, donde apuntan las esperanzas cifradas hoy con los códigos que la vida enseña; allá donde convergen las miradas de todos aquellos que me acompañan en este viaje; allá donde debe estar ese presente preciado llamado hoy futuro. Concentro mi vista al máximo para tratar de avizorar algo, de antelarme a esos hechos... y lo que mi vista aprecia... nada.

No es que no vea, que no pueda o no quiera ver, o que mis ojos estén nublados o mi vista obnubilada. Veo el entorno: las ideas vagando a mi alrededor, buscando anclarse al piso para ser llevadas a cabo; los sentimientos combatiendo entre sí para primar; la razón intentando educar a la fe; las pulsiones e instintos ocultos en aquella vieja caverna que se aprecia a lo lejos, en un rincón; el conciente intentando despertar al subconsciente para obtener sus secretos y poder comprenderse... veo también el horizonte, el límite de mi mente con la eternidad y la grandeza y no se ve... nada.

Tranquilo, debe haber un error, algo que me impide ver, tal vez no deba saber; pero eso es irracional, si hay algo debe poder verse. Tal vez mis ojos o mi mirada no son los más adecuados para ver esto. Tal vez algo sobre el horizonte lo tapa, un velo oscuro que asemeja la nada. Tal vez yo mismo no quiero ver, o inconscientemente sé que no debo.

De pronto la paz se acaba, el entorno se agita, tiembla todo pero rítmica y pausadamente. Cada vez se hace más dificultoso estar de pie sin saber lo que se viene. El movimiento mantiene su ritmo pero aumenta su frecuencia e intensidad. Miro en un intertanto para ver esa cosa que destruye mi hábitat. Luego, en un instante en la nada llamada horizonte veo luz. Aparece gradualmente, pero es luz. Creo que está todo listo, llegó la hora de nacer. . . .

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domingo, 15 de julio de 2012

Olvidé vivir

En mi lecho de muerte, a punta de analgésicos y calmantes, veo el desfile de mi familia en una verdadera caravana de despedida. Hijos, nietos, bisnietos y todas sus familias acuden a expresarme un cariño sincero, del alma, por la formación, el cariño, la entrega, los consejos, la compañía, inclusive el apoyo económico... siento en ellos pena por saber que partiré luego, pero satisfacción por haber compartido su vida conmigo.
Luego que los pequeños y los revoltosos salen, y quedan sólo mis hijos mayores, tengo tiempo de pensar, de analizar mi historia. Modestamente creo haber hecho todo bien, siguiendo todas las pautas que guían a la sociedad civilizada.

Aún recuerdo cuando niño, cuando tuve la posibilidad de estudiar pintura... ¿qué hubiera sido de mí si mis padres no dijeran que no se puede vivir del arte?; sus sabios consejos me alejaron de esa locura...
Luego, cuando iba a entrar a la universidad, nuevamente me pica el bichito de la pintura... sabio mi padre que me enseñó las diferencias entre un abogado y un pintor...
Más tarde, formar familia: yo el iluso fijándome en una licenciada en arte... ahora evoco tu imagen, madre mía, cuando alejaste esa mujer de mí y me presentaste la hija del senador.
Pasan los años, llega nuestro primer hijo, en una gran bonanza económica. Me siento algo limitado por mi entorno, y quiero por fin intentar pintar, abrir un taller o algo parecido: gracias a ti, mi amor, en vez de malgastar nuestro dinero en artículos artísticos, invertí en esas acciones de nuestra primera empresa...

Siento acercarse el momento, cada vez me cuesta más respirar, veo la cara angustiada de mi familia. Alguien sopla en mi boca y aprieta mi pecho, o eso parece...

Paz, sólo paz siento. Bajo mí, mi familia rodea mi cuerpo, llorando sobre él, algunos sobreactuados, otros de corazón, y me alejo...

Cada vez la sensación es mejor, sin analgesia y sin dolor. De pronto alguien se acerca a mí. Su presencia sobrecoge. Su mirada no es dulce ni acogedora, sino más bien una mezcla de enojo y tristeza; no me atrevo a abrir la boca para preguntar, pero no es necesario: comprendo dolorosamente todo cuando toma mi mano y coloca en ella un pincel...

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jueves, 12 de julio de 2012

Operario

El viejo operario estaba enrabiado. Hacía unas pocas horas había llegado un trabajador nuevo para hacer su mismo trabajo en otra de las máquinas, y desde su aparición se había convertido en el centro del interés y la atención de todos. Claro, como él llevaba ya 29 años en el lugar era casi una máquina más, que todos pasaban por alto por la fuerza de la costumbre. Él era un hombre solo, falto de cariño, con una familia que había formado por accidente cuando le salió un hijo y que lo tenía sólo como sostén económico. Por eso es que había tomado su trabajo como su verdadera familia, y por ello era la rabia que sentía al saberse desplazado.


El joven operario estaba enrabiado. Desde que había llegado a ese maldito lugar, donde tendría que trabajar para mantener al hijo de la mujer con que se acostó ebrio y no se cuidó esa borrosa noche, había sido atosigado y mirado como animal de circo. Había tenido que abandonar sus estudios para empezar a sostener a su familia por descuido, dejando de lado sus sueños e ilusiones. Al parecer la industria era una fábrica de monotonía y fracaso: sino, no se explicaba el porqué de tanto interés por un recién llegado.


El viejo operario miraba al joven: parecía ahogado entre tanto abrazo y saludo falso, tal y como él se sintió al llegar a la industria. Parecía verse en un espejo, 30 años atrás…


El joven operario miraba al viejo: temía estar mirando su futuro, pero pensaba que definitivamente sería así. Parecía verse así 30 años adelante…


De pronto y por un impulso invisible, ambos hombres se acercaron en silencio y se dieron la mano. En ese momento sus almas se intercambiaron: la joven alma en el viejo cuerpo supo que ya no sería acosado y podría terminar sus días lejos de todo y de todos, con una jubilación que haría el trabajo por él. La vieja alma en el joven cuerpo volvió a sentirse el centro de la atención de todos y se dispuso a encarar un nuevo destino, acaso distinto al anterior…

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martes, 10 de julio de 2012

Omega

En un lejano punto del universo que hay en la mente, nace una idea. En el silencio y la oscuridad de las neuronas que sinapsan, en la malla ilimitada de axones y dendritas, dicha idea toma forma física: redonda. De idea informe torna a realidad redonda, de proceso pasado a resultado, de creación a creatura. Y en su naturaleza dicha obra redonda toma una tercera dimensión pasando a esfera. Una esférica idea en la maraña electroquímica que gobierna todo lo que pasa y dejar pasar en el cuerpo.


Y en dicha esfera se genera un caos interno. Y a su nivel dicho caos resulta en orden interno, generándose cientos de millones de micrométricas esferas dentro de la esfera que nació como idea.


Y en cada microesfera un caos propio se genera que tiende al orden. Su interior (cada interior) se ordena con mayor velocidad, generando masa (impropia de la idea pero esperable en cada microparte). Sus superficies permanecen en caos, algo menor que en un principio. Al rato, la calma llega al caos.


Y como parte de su naturaleza, cada microesfera de la gran idea esférica, empieza a poblarse de diminutas entidades, que velozmente evolucionan, mutan, crecen y se distribuyen en sus superficies. Todos son distintos entre ellos, y en cada microesfera las condiciones particulares llevan a particulares resultados. Pasa el indeterminado tiempo, y dichos seres, según su microesfera y su particular conformación, empiezan a tener conflictos y necesidades, que a distinta velocidad son capaces de corregir o solucionar. Y cada vez con mayor velocidad (y a cada velocidad) son capaces de solucionar sus problemas.


Y así, miles de billones de microseres nacen, viven y mueren, construyen y destruyen, avanzan y retroceden. Y cada uno de sus mundos avanza independiente, muchos sin saber que los otros existen, algunos con la sospecha, los menos con certeza. Y poco a poco cada planeta empieza a tener historia, y aprenden a usarla para evolucionar o involucionar.


De pronto el pensador se distrae, y la esférica idea que gestaba desaparece de su cabeza, y se concentra en otra. En ese instante, todo lo que conocemos como realidad desaparece, con nosotros inclusive. Llegó la hora de fundirnos en la mente universal de nuestro Hacedor...

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lunes, 9 de julio de 2012

Homo Dei

La nebulosa de energía creada durante décadas de desarrollo ya estaba lista. Una centésima de año luz de diámetro era suficiente como para cambiar el equilibrio gravitacional en todo el sistema solar, y con ello acercar un poco más a los científicos de la Tierra a convertirse en seres cercanos a la divinidad, no en cuanto deidad, sino en la posibilidad de crear y modificar definitivamente la creación cósmica. Cientos de miles de millones de dólares, miles de muertos en ensayos fallidos, y casi un siglo de ingenios estaban llegando a su fin. La gigantesca máquina cuántica instalada en la luna había parido su hijo, que brillaba de día y de noche en el cielo, como un segundo sol o una segunda luna según fuera el caso.


La nebulosa de energía estaba contenida a distancia por la máquina cuántica para mantenerla estable hasta que llegara el momento de activarla y gatillar los cambios necesarios para que el sistema solar ya no se conociera como tal (pues los terrestres seguimos pensando que el modo en que nombramos las cosas es universal e inmodificable) sino como Sistema Humano, pues desde que se activara la nebulosa el sistema se adaptaría al gusto del hombre y no a los designios del universo. Tal era la energía de la nebulosa que la luna vibraba peligrosamente, poniendo en riesgo el equilibrio de las mareas en la tierra y la inspiración de cientos de enamorados y poetas; pero eso ya poco importaba, si la nebulosa cumplía su cometido no sería mayor problema reinstalar, ahora por mano de la diosa ciencia y sus pontífices los científicos, a la luna y cualquier otro cuerpo estelar en su lugar de siempre, o donde al humano le acomodara más.


El momento estaba por llegar, ya se estaba iniciando la cuenta regresiva, todos los habitantes de la Tierra estaban mirando por televisión el momento del gran salto de la humanidad hacia el escalón siguiente de la evolución, el homo dei. De pronto un pequeño asteroide golpeó con fuerza la máquina cuántica en la luna destruyéndola y liberando la nebulosa. La gran creación de la ciencia humana enfiló raudamente hacia el sol, fundiéndose sin dejar rastro con el astro rey, que ahora al parecer se coronaba de emperador. Si tan solo los hombres de ciencia no hubieran hecho caso omiso de las advertencias de los hombres de dios...

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