El
viejo operario estaba enrabiado. Hacía unas pocas horas había llegado
un trabajador nuevo para hacer su mismo trabajo en otra de las máquinas,
y desde su aparición se había convertido en el centro del interés y la
atención de todos. Claro, como él llevaba ya 29 años en el lugar era
casi una máquina más, que todos pasaban por alto por la fuerza de la
costumbre. Él era un hombre solo, falto de cariño, con una familia que
había formado por accidente cuando le salió un hijo y que lo tenía sólo
como sostén económico. Por eso es que había tomado su trabajo como su
verdadera familia, y por ello era la rabia que sentía al saberse
desplazado.
El joven
operario estaba enrabiado. Desde que había llegado a ese maldito lugar,
donde tendría que trabajar para mantener al hijo de la mujer con que se
acostó ebrio y no se cuidó esa borrosa noche, había sido atosigado y
mirado como animal de circo. Había tenido que abandonar sus estudios
para empezar a sostener a su familia por descuido, dejando de lado sus
sueños e ilusiones. Al parecer la industria era una fábrica de monotonía
y fracaso: sino, no se explicaba el porqué de tanto interés por un
recién llegado.
El viejo
operario miraba al joven: parecía ahogado entre tanto abrazo y saludo
falso, tal y como él se sintió al llegar a la industria. Parecía verse
en un espejo, 30 años atrás…
El
joven operario miraba al viejo: temía estar mirando su futuro, pero
pensaba que definitivamente sería así. Parecía verse así 30 años
adelante…
De pronto y por
un impulso invisible, ambos hombres se acercaron en silencio y se dieron
la mano. En ese momento sus almas se intercambiaron: la joven alma en
el viejo cuerpo supo que ya no sería acosado y podría terminar sus días
lejos de todo y de todos, con una jubilación que haría el trabajo por
él. La vieja alma en el joven cuerpo volvió a sentirse el centro de la
atención de todos y se dispuso a encarar un nuevo destino, acaso
distinto al anterior…
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