No creas todo lo que lees, y por ningún motivo dejes de creer. No pierdas la capacidad de asombro, pero deja de asombrarte por todo

domingo, 15 de julio de 2012

Olvidé vivir

En mi lecho de muerte, a punta de analgésicos y calmantes, veo el desfile de mi familia en una verdadera caravana de despedida. Hijos, nietos, bisnietos y todas sus familias acuden a expresarme un cariño sincero, del alma, por la formación, el cariño, la entrega, los consejos, la compañía, inclusive el apoyo económico... siento en ellos pena por saber que partiré luego, pero satisfacción por haber compartido su vida conmigo.
Luego que los pequeños y los revoltosos salen, y quedan sólo mis hijos mayores, tengo tiempo de pensar, de analizar mi historia. Modestamente creo haber hecho todo bien, siguiendo todas las pautas que guían a la sociedad civilizada.

Aún recuerdo cuando niño, cuando tuve la posibilidad de estudiar pintura... ¿qué hubiera sido de mí si mis padres no dijeran que no se puede vivir del arte?; sus sabios consejos me alejaron de esa locura...
Luego, cuando iba a entrar a la universidad, nuevamente me pica el bichito de la pintura... sabio mi padre que me enseñó las diferencias entre un abogado y un pintor...
Más tarde, formar familia: yo el iluso fijándome en una licenciada en arte... ahora evoco tu imagen, madre mía, cuando alejaste esa mujer de mí y me presentaste la hija del senador.
Pasan los años, llega nuestro primer hijo, en una gran bonanza económica. Me siento algo limitado por mi entorno, y quiero por fin intentar pintar, abrir un taller o algo parecido: gracias a ti, mi amor, en vez de malgastar nuestro dinero en artículos artísticos, invertí en esas acciones de nuestra primera empresa...

Siento acercarse el momento, cada vez me cuesta más respirar, veo la cara angustiada de mi familia. Alguien sopla en mi boca y aprieta mi pecho, o eso parece...

Paz, sólo paz siento. Bajo mí, mi familia rodea mi cuerpo, llorando sobre él, algunos sobreactuados, otros de corazón, y me alejo...

Cada vez la sensación es mejor, sin analgesia y sin dolor. De pronto alguien se acerca a mí. Su presencia sobrecoge. Su mirada no es dulce ni acogedora, sino más bien una mezcla de enojo y tristeza; no me atrevo a abrir la boca para preguntar, pero no es necesario: comprendo dolorosamente todo cuando toma mi mano y coloca en ella un pincel...

Etiquetas: