En
mi lecho de muerte, a punta de analgésicos y calmantes, veo el desfile
de mi familia en una verdadera caravana de despedida. Hijos, nietos,
bisnietos y todas sus familias acuden a expresarme un cariño sincero,
del alma, por la formación, el cariño, la entrega, los consejos, la
compañía, inclusive el apoyo económico... siento en ellos pena por saber
que partiré luego, pero satisfacción por haber compartido su vida
conmigo.
Luego
que los pequeños y los revoltosos salen, y quedan sólo mis hijos
mayores, tengo tiempo de pensar, de analizar mi historia. Modestamente
creo haber hecho todo bien, siguiendo todas las pautas que guían a la
sociedad civilizada.
Aún
recuerdo cuando niño, cuando tuve la posibilidad de estudiar pintura...
¿qué hubiera sido de mí si mis padres no dijeran que no se puede vivir
del arte?; sus sabios consejos me alejaron de esa locura...
Luego,
cuando iba a entrar a la universidad, nuevamente me pica el bichito de
la pintura... sabio mi padre que me enseñó las diferencias entre un
abogado y un pintor...
Más
tarde, formar familia: yo el iluso fijándome en una licenciada en
arte... ahora evoco tu imagen, madre mía, cuando alejaste esa mujer de
mí y me presentaste la hija del senador.
Pasan
los años, llega nuestro primer hijo, en una gran bonanza económica. Me
siento algo limitado por mi entorno, y quiero por fin intentar pintar,
abrir un taller o algo parecido: gracias a ti, mi amor, en vez de
malgastar nuestro dinero en artículos artísticos, invertí en esas
acciones de nuestra primera empresa...
Siento
acercarse el momento, cada vez me cuesta más respirar, veo la cara
angustiada de mi familia. Alguien sopla en mi boca y aprieta mi pecho, o
eso parece...
Paz,
sólo paz siento. Bajo mí, mi familia rodea mi cuerpo, llorando sobre
él, algunos sobreactuados, otros de corazón, y me alejo...
Cada
vez la sensación es mejor, sin analgesia y sin dolor. De pronto alguien
se acerca a mí. Su presencia sobrecoge. Su mirada no es dulce ni
acogedora, sino más bien una mezcla de enojo y tristeza; no me atrevo a
abrir la boca para preguntar, pero no es necesario: comprendo
dolorosamente todo cuando toma mi mano y coloca en ella un pincel...
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