"La
catacumba estaba extremadamente fría. Los siglos que estuvo sellada
hacían el aire casi irrespirable, por lo que luego de destruir la puerta
de piedra con explosivos, el grupo debió esperar una media hora antes
de entrar; de todos modos usarían trajes con oxígeno para no correr
riesgo de contagiarse con algún tipo de microorganismo presente en ese
anacrónico ambiente, y que fuera rebelde a los medicamentos del siglo
XX. Los profanadores llevaban años esperando entrar a esa construcción,
así que dejar media hora por seguridad no era nada de importancia;
además, la ubicación del sitio lo hacía prácticamente inaccesible para
la población normal y para otros grupos de profanadores. La inversión en
tiempo y dinero por fin daría sus frutos, pues si todo lo que las
leyendas decían acerca del sitio era cierto, se harían de una fortuna
incomprensible para la mayoría de los bolsillos humanos, y si no,
venderían la ubicación o los hallazgos a coleccionistas que sin duda
pagarían lo suficiente como para poder retirarse de esa complicada y
peligrosa forma de vida.
El tiempo había pasado y el encargado del grupo decidió
que ya era seguro entrar. Luego de ponerse el traje que lo conectaba a
la fuente de oxígeno ingresó al lugar, saliendo de él sin el casco y
ensimismado, para llamar a sus compañeros a que lo ayudaran a rescatar
la fortuna que se encontraba tras la destruida puerta, tal y como lo
relataba la leyenda. Los hombres jubilosos entraron en la habitación,
quedando pasmados con la magnificencia del tesoro: ninguno de ellos, en
todos los años que llevaban en el negocio, habían visto tal cantidad de
oro y joyas acumulado en un solo sitio. El último en entrar, el más
avezado y desconfiado del grupo, lo hizo con su casco y traje de oxígeno
puesto: le había tocado ver una que otra trampa preparada por
compañeros de labor, así que siempre entraba al final y nunca confiaba
en nadie más que en él mismo. Pasados diez minutos sin que nada
ocurriera decidió que ya era seguro sacarse el casco; justo en ese
momento todos los hombres empezaron a toser descontroladamente, y uno
tras otro empezaron a botar abundante sangre por la boca, muriendo
desangrados ante sus ojos. El tipo desenfundó su pistola y apuntó a la
cabeza al líder del grupo, descerrajándole un preciso tiro en medio de
los ojos: luego del movimiento de la cabeza producto del impacto de la
bala, su cuello se enderezó, quedando de frente al espantado tipo que no
alcanzó a reaccionar para evitar ser atravesado de la cara a la nuca
por una especie de estaca de hierro. Nadie notó que a los pies del líder
del grupo estaba toda su sangre derramada: la leyenda se estaba
cumpliendo, y el espíritu estaba listo para cumplir su misión."
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